Comentario
El emperador volvió a preocuparse por sus dominios en Europa occidental y, en concreto, por los Países Bajos. Condenados a la inactividad económica y política en Westfalia y Utrecht por las barreras, José II decidió unilateralmente el desmantelamiento de las plazas fuertes, la apertura del Escalda a la libre circulación y la recuperación económica de Amberes. La contundencia de las medidas no permitió el rechazo de Holanda, que admitió el cese de la reclamación austríaca sobre Maastricht. De nuevo se alteraba el orden europeo y era necesaria la actuación diplomática. El cierre del Escalda se había convertido en un principio de derecho internacional en Westfalia y tanto Francia como Prusia optaron por respaldar las reivindicaciones holandesas antes de que participase Gran Bretaña; evidentemente, ambas potencias ignoraron los acuerdos con Austria.
Pero José II aprovechó la confusión creada por tales actuaciones para abrir otra vez la cuestión bávara. Convenció a Carlos Teodoro, del Palatinado, para el intercambio de Baviera por los Países Bajos, aunque no hablaron de reparto, lo que conllevó las protestas del duque de Zweibrücken y del propio Vergennes, nada partidario de una guerra o de la colaboración a cambio de las provincias de Hainaut y Luxemburgo. Estadista experimentado, el ministro francés desvió la presión diplomática al condicionar la aceptación al consentimiento de Prusia y de los otros Estados alemanes, algo impensable dada la inestabilidad reinante en el Imperio. Además, los recelos antiaustriacos promovieron la formación de la Liga de los Príncipes por iniciativa del margrave de Baden y apoyada por Federico II, que cristalizó en el Tratado de Asociación, firmado en Berlín en julio de 1785, consecuencia de los proyectos expansionistas imperiales. La Liga buscaba acabar con los cambios y se opuso a José II y a su alianza con Francia, muy debilitada por los últimos acontecimientos. Vergennes no quería ninguna alteración en el equilibrio de poder en Centroeuropa.
Simultáneamente, fuerzas militares se concentraban en las fronteras de los Países Bajos. José II, amedrentado por la coalición alemana, inició conversaciones, con la mediación francesa. Vergennes evaluó la situación y consideró que Baviera reforzaría la posición austríaca, con lo que se amenazaría Alsacia, aumentaría la influencia de los Habsburgo en Italia y alteraría el equilibrio imperial. En noviembre de 1785, el emperador firmó el Tratado de Fontainebleau, donde renunciaba a los derechos sobre Maastricht y a la apertura del Escalda y, a cambio, recibía una indemnización de 10 millones de florines y pequeños territorios en Brabante y Limburgo. La diplomacia francesa había salido victoriosa de nuevo y dirigía los destinos de Europa. Para asegurar que José II cumpliría lo pactado, Versalles concertó una alianza defensiva con Holanda. Se cerraba, así, el cerco a las pretensiones expansionistas austríacas con la conclusión de sus dos proyectos fallidos.